miércoles, 3 de diciembre de 2008

José Martí: Las Escuelas en Estados Unidos

(José Martí (1853-1895) es tal vez el poeta, educador y luchador más puro que ha tenido nuestra América. Graduado muy joven en Derecho y Filosofía, militó desde su época de estudiante en la causa de la independencia cubana. Conoció la cárcel y el destierro. En sus últimas estaciones de exilio -México, Jamaica, los EEUU- fue preparando la semilla del ejército que un día liberaría a Cuba del yugo español, un sueño que no pudo ver realizado, al caer en acción. Su obra literaria, escrita entre viajes y mudanzas, constituye un impresionante legado a las generaciones futuras. Se transcriben pasajes de "Nueva York en otoño", crónica publicada en noviembre de 1886 en el diario La Nación de Buenos Aires).


¿De dónde viene que con ser tan patente el cuidado con que aquí se atiende a la instrucción pública, tan vastos los recursos, tan numerosos los maestros, tan hábiles y bellos los libros, den por resultado general niños fríos y torpes que después de seis años de escuela dejan los bancos sin haber contraído gustos cultos, sin la gracia de la niñez, sin el entusiasmo de la juventud, sin aficción a los conocimientos, sin saber por lo común más, cuando mucho saben, que leer a derechas, escribir vulgarmente, calcular en aritmética elemental, y copiar mapas?

Viene el concepto falso de la educación pública: viene de un error esencial en el sistema de educar, nacido de ese falso concepto: viene de la falta de espíritu amoroso en el cuerpo de maestros: viene, como todos esos males, de la idea mezquina de la vida que es aquí la carcoma nacional.


Leer, escribir, contar: eso es todo lo que les parece que los niños necesitan saber. Pero ¿a qué leer, si no se les infiltra la aficción a la lectura, la convicción de que es sabrosa y útil, el goce de ir levantando el alma con la armonía y grandeza del conocimiento? ¿A qué escribir, si no se nutre la mente de ideas, ni se aviva el gusto de ellas?

Contar sí, eso lo enseñan a torrentes.

Todavía los niños no saben leer una sílaba, cuando ya les han enseñado ¡a la criaturitas de cinco años! a contar de memoria hasta cien.

¡De memoria! Así rapan los intelectos, como las cabezas. Así sofocan la persona del niño, en vez de facilitar el movimiento y expresión de la originalidad que cada criatura trae en sí; así producen una uniformidad repugnante y estéril, y una especie de librea de las inteligencias.

En vez de poner ante los ojos de los niños los elementos vivos de la tierra que pisan, los frutos que cría y las riquezas que guarda, los modos de fomentar aquellos y extraer estas, la manera de librar su cuerpo en salud de los agentes e influencias que lo atacan, y la hermosura y superior conjunto de las formas universales de la vida, prendiendo así en el espíritu de los niños la poesía y la esperanza indispensables para llevar con virtud la faena humana, -¡los atiborran en estas escuelas de límites de Estados e hileras de números, de datos de ortografía y definiciones de palabras!


Y así, con una instrucción meramente verbal y representativa, ¿podrá afrontarse la existencia, la existencia en este pueblo activo y egoísta, que es toda de actos y de hechos?


El remedio está en desenvolver a la vez la inteligencia del niño y sus cualidades de amor y pasión, con la enseñanza ordenada y práctica de los elementos activos de la existencia en que ha de combatir, y la manera de utilizarlos y moverlos.

El remedio está en cambiar bravamente la instrucción primaria de verbal a experimental, de retórica en científica; en enseñar al niño, a la vez que el abecedario de las palabras, el abecedario de la Naturaleza; en derivar de ella, o en disponer el modo de que el niño derive, ese orgullo de ser hombre y esa constante y sana impresión de majestad y eternidad que vienen, como de las flores el aroma, del conocimiento de los agentes y funciones del mundo, aun en la pequeñez a que habrían de reducirse en la educación rudimentaria.

Hombres vivos, hombres directos, hombres independientes, hombres amantes, -eso han de hacer las escuelas, que ahora no hacen eso.


De “Cartas a Martí. Nueva York en otoño”, en La Nación, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1886. O.C. T 11, p. 80-86

1 comentario:

sofy dijo...

Me parece muy interesante la lectura y coincido totalmente con ella, pues desgraciadamente en su mayoría de escuelas los maestros enseñan por enseñar dejando a un lado la verdadera importancia y el papel que debería tener la escuela: formar hombres capaces de enfrentar la vida, de resolver problemas y dar las bases para una exitosa sobrevivencia.
Por ello a mi me parece fundamental la labor de un maestro; un buen maestro es el actor que enseña a los alumnos todo aquello que será de utilidad para su vida y como aplicarlo. Lo hace con amor con entrega y cuando ve los resultados positivos se llena de satisfacción y orgullo.
Yo invito a todos aquellos maestros y docentes en formacion a cambiar el rumbo del mundo, porque en nuestras manos tenemos las armas para realizarlo, es un hecho que con la educación si se puede. Trabajemos con verdadera vocación creando hombres de provecho.